viernes, 10 de enero de 2020

ANTIGONA

ANTÍGONA - FRAGMENTO La escena, frente al palacio real de Tebas con escalinata. Al fondo, la montaña. Cruza la escena Antígona, para entrar en palacio. Al cabo de unos instantes, vuelve a salir, llevando del brazo a su hermana Ismene, a la que hace bajar las escaleras y aparta de palacio. ANTÍGONA. Hermana de mi misma sangre, Ismene querida, tú que conoces las desgracias de la casa de Edipo, ¿sabes de alguna de ellas que Zeus no haya cumplido después de nacer nosotras dos? No, no hay vergüenza ni infamia, no hay cosa insufrible ni nada que se aparte de la mala suerte, que no vea yo entre nuestras desgracias, tuyas y mías; y hoy, encima, ¿qué sabes de este edicto que dicen que el estratego acaba de imponer a todos los ciudadanos? ¿Te has enterado ya o no sabes los males inminentes que enemigos tramaron contra seres queridos? ISMENE. No, Antígona, a mí no me ha llegado noticia alguna de seres queridos, ni dulce ni dolorosa, desde que nos vimos las dos privadas de nuestros dos hermanos, por doble, recíproco golpe, fallecidos en un solo día. Después de partir el ejército argivo, esta misma noche, después no sé ya nada que pueda hacerme ni más feliz ni más desgraciada. ANTÍGONA No me cabía duda, y por esto te traje aquí, superado el umbral de palacio, para que me escucharas, tú sola. ISMENE ¿Qué pasa? Se ve que lo que vas a decirme te ensombrece. ANTÍGONA Y, ¿cómo no, pues? ¿No ha juzgado Creonte digno de honores sepulcrales a uno de nuestros hermanos, y al otro tiene en cambio deshonrado? Es lo que dicen: a Etéocles le ha parecido justo tributarle las justas, acostumbradas honras, y le ha hecho enterrar de forma que en honor le reciban los muertos, bajo tierra. El pobre cadáver de Polinices, en cambio, dicen que un edicto dio a los ciudadanos prohibiendo que alguien le dé sepultura, que alguien le llore, incluso. Dejarle allí, sin duelo, insepulto, dulce tesoro a merced de las aves que busquen donde cebarse. Y esto es, dicen, lo que el buen Creonte tiene decretado, también para ti y para mí, sí, también para mí; y que viene hacia aquí, para anunciarlo con toda claridad a los que no lo saben, todavía, que no es asunto de poca monta ni puede así considerarse, sino que el que transgreda alguna de estas órdenes será reo de muerte, públicamente lapidado en la ciudad. Estos son los términos de la cuestión: ya no te queda sino mostrar si haces honor a tu linaje o si eres indigna de tus ilustres antepasados. ISMENE No seas atrevida: Si las cosas están así, ate yo o desate en ellas, ¿qué podría ganarse? ANTÍGONA ¿Puedo contar con tu esfuerzo, con tu ayuda? Piénsalo. ISMENE ¿Qué ardida empresa tramas? ¿Adónde va tu pensamiento? ANTÍGONA Quiero saber si vas a ayudar a mi mano a alzar al muerto. ISMENE Pero, ¿es que piensas darle sepultura, sabiendo que se ha públicamente prohibido? ANTÍGONA Es mi hermano —y también tuyo, aunque tú no quieras—; cuando me prendan, nadie podrá llamarme traidora. ISMENE ¡Y contra lo ordenado por Creonte, ay, audacísima! ANTÍGONA Él no tiene potestad para apartarme de los míos. ….. ANTÍGONA. Aunque ahora quisieras ayudarme, ya no te lo pediría: tu ayuda no sería de mi agrado; en fin, reflexiona sobre tus convicciones: yo voy a enterrarle, y, en habiendo yo así obrado bien, que venga la muerte: amiga yaceré con él, con un amigo, convicta de un delito piadoso; por más tiempo debe mi conducta agradar a los de abajo que a los de aquí, pues mi descanso entre ellos ha de durar siempre. En cuanto a ti, si es lo que crees, deshonra lo que los dioses honran. ISMENE En cuanto a mí, yo no quiero hacer nada deshonroso, pero de natural me faltan fuerzas para desafiar a los ciudadanos . ANTÍGONA Bien, tú te escudas en este pretexto, pero yo me voy a cubrir de tierra a mi hermano amadísimo hasta darle sepultura. ISMENE ¡ Ay, desgraciada, cómo tiemblo por ti! ANTÍGONA No, por mí no tiembles: tu destino, prueba a enderezarlo. ISMENE Al menos, el proyecto que tienes, no se lo confíes a nadie de antemano; guárdalo en secreto que yo te ayudare en esto. ANTÍGONA ¡Ay, no, no: grítalo! Mucho más te aborreceré si callas, si no lo pregonas a todo el mundo. ISMENE Caliente corazón tienes, hasta en cosas que hielan. ANTÍGONA Sabe, sin embargo, que así agrado a los que más debo complacer. ISMENE Si, si algo lograrás... Pero no tiene salida tu deseo. ANTÍGONA Puede, pero no cejaré en mi empeño, mientras tenga fuerzas. ISMENE De entrada, ya, no hay que ir a la caza de imposibles. ANTÍGONA Si continúas hablando en ese tono, tendrás mi odio y el odio también del muerto, con justicia. Venga, déjanos a mí y a mi funesta resolución, que corramos este riesgo, convenida como estoy de que ninguno puede ser tan grave como morir de modo innoble. ISMENE Ve, pues, si es lo que crees; quiero decirte que, con ir demuestras que estás sin juicio, pero también que amiga eres, sin reproche, para tus amigos. Sale Ismene hacia el palacio; desaparece Antígona en dirección a la montaña. Hasta la entrada del coro, queda la escena vacía unos instantes. CREONTE Ancianos, el timón de la ciudad que los dioses bajo tremenda tempestad habían conmovido, hoy de nuevo enderezan rumbo cierto. Si yo por mis emisarios os he mandado aviso, a vosotros entre todos los ciudadanos, de venir aquí, ha sido porque conozco bien vuestro respeto ininterrumpido al gobierno de Layo, y también, igualmente, mientras regía Edipo la ciudad; porque sé que, cuando él murió, vuestro sentimiento de lealtad os hizo permanecer al lado de sus hijos. Y pues ellos en un solo día, víctimas de un doble, común destino, se han dado muerte, mancha de fratricidio que a la vez causaron y sufrieron, yo, pues, en razón de mi parentesco familiar con los caídos, todo el poder, la realeza asuma. Es imposible conocer el ánimo, las opiniones y principios de cualquier hombre que no se haya enfrentado a la experiencia del gobierno y de la legislación. A mí, quienquiera que, encargado del gobierno total de una ciudad, no se acoge al parecer de los mejores sino que, por miedo a algo, tiene la boca cerrada, de tal me parece —y no solo ahora, sino desde siempre— un individuo pésimo. Y el que en más considera a un amigo que a su propia patria, éste no me merece consideración alguna; porque yo —sépalo Zeus, eterno escrutador de todo— ni puedo estarme callado al ver que se cierne sobre mis conciudadanos no salvación, sino castigo divino, ni podría considerar amigo mío a un enemigo de esta tierra, y esto porque estoy convencido de que en esta nave está la salvación y en ella, si va por buen camino, podemos hacer amigos. Estas son las normas con que me propongo hacer la grandeza de Tebas, y hermanas de ellas las órdenes que hoy he mandado pregonar a los ciudadanos sobre los hijos de Edipo: a Etéocles, que luchando en favor de la ciudad por ella ha sucumbido, totalmente el primero en el manejo de la lanza, que se le entierre en una tumba y que se le propicie con cuantos sacrificios se dirigen a los más ilustres muertos, bajo tierra; pero a su hermano, a Polinices digo, que, exiliado, a su vuelta quiso por el fuego arrasar, de arriba a abajo, la tierra patria y los dioses de la raza, que quiso gustar la sangre de algunos de sus parientes y esclavizar a otros; a éste, heraldos he mandado que anuncien que en esta ciudad no se le honra, ni con tumba ni con lágrimas: dejarle insepulto, presa expuesta al azar de las aves y los perros, miserable despojo para los que le vean. Tal es mi decisión: lo que es por mí, nunca tendrán los criminales el honor que corresponde a los ciudadanos justos; no, por mi parte tendrá honores quienquiera que cumpla con el estado, tanto en muerte como en vida. CORIFEO. Hijo de Meneceo, obrar así con el amigo y con el enemigo de la ciudad, éste es tu gusto, y sí, puedes hacer uso de la ley como quieras, sobre los muertos y sobre los que vivimos todavía. CREONTE (a Antígona) Y tú, tú que inclinas al suelo tu rostro, ¿confirmas o desmientes haber hecho esto? ANTÍGONA. Lo confirmo, sí; yo lo hice, y no lo niego. CREONTE. (Al guardián.) Tú puedes irte a dónde quieras, ya del peso de mi inculpación. (Sale el guardián). Pero tú (a Antígona) dime brevemente, sin extenderte; ¿sabías que estaba decretado no hacer esto? ANTÍGONA. Sí, lo sabía: ¿cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe. CREONTE. Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley? ANTÍGONA. No era Zeus quien me la había decretado, ni Diké, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mí, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso sí me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco más o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura. CORO Muestra la joven fiera audacia, hija de un padre fiero: no sabe ceder al infortunio. ANTÍGONA. Ya me tienes: ¿buscas aún algo más que mi muerte? CREONTE. Por mi parte, nada más; con tener esto, lo tengo ya todo. ANTÍGONA ¿Qué esperas, pues? A mí, tus palabras ni me placen ni podrían nunca llegar a complacerme; y las mías también a ti te son desagradables. De todos modos, ¿cómo podía alcanzar más gloriosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos éstos, te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana. CREONTE. De entre todos los cadmeos, este punto de vista es solo tuyo. ANTÍGONA. Que no, que es el de todos: pero ante ti cierran la boca. CREONTE. ¿Y a ti no te avergüenza, pensar distinto a ellos? ANTÍGONA. Nada hay vergonzoso en honrar a los hermanos. CREONTE. ¿Y no era acaso tu hermano el que murió frente a él? ANTÍGONA. Mi hermano era, del mismo padre y de la misma madre. CREONTE. Y, siendo así, ¿cómo tributas al uno honores impíos para el otro? ANTÍGONA. No sería ésta la opinión del muerto. CREONTE. Si tú le honras igual que al impío... ANTÍGONA. Cuando murió no era su esclavo: era su hermano. CREONTE. Que había venido a arrasar el país; y el otro se opuso en su defensa. ANTÍGONA. Con todo, Hades requiere leyes igualitarias. CREONTE. Pero no que el que obró bien tenga la misma suerte que el malvado. ANTÍGONA ¿Quién sabe si allí abajo mi acción es elogiable? CREONTE No, en verdad no, que un enemigo... ni muerto, será jamás mi amigo. ANTÍGONA. No nací para compartir el odio sino el amor. CREONTE Pues vete abajo y, si te quedan ganas de amar, ama a los muertos que, a mí, mientras viva, no ha de mandarme una mujer. Se acerca Ismene entre dos esclavos. CORO. He aquí, ante las puertas, he aquí a Ismene; Lagrimas vierte, de amor por su hermana; una nube sobre sus cejas su sonrosado rostro afea; sus bellas mejillas, en llanto bañadas. CREONTE. (A Ismene) Y tú, que te movías por palacio en silencio, como una víbora, apurando mi sangre... Sin darme cuenta, alimentaba dos desgracias que querían arruinar mi trono. Venga, habla: ¿vas a decirme, también tú, que tuviste tu parte en lo de la tumba, o jurarás no saber nada? ISMENE Si ella está de acuerdo, yo lo he hecho: acepto mi responsabilidad; con ella cargo. ANTÍGONA. No, que no te lo permite la justicia; ni tú quisiste ni te di yo parte en ello. ISMENE Pero, ante tu desgracia, no me avergüenza ser tu socorro en el remo, por el mar de tu dolor. ANTÍGONA. De quién fue obra bien lo saben Hades y los de allí abajo; por mi parte, no soporto que sea mi amiga quien lo es tan solo de palabra. ISMENE No, hermana, no me niegues el honor de morir contigo y el de haberte ayudado a cumplir los ritos debidos al muerto . ANTÍGONA, No quiero que mueras tú conmigo ni que hagas tuyo algo en lo que no tuviste parte: bastará con mi muerte. ISMENE ¿Y cómo podré vivir, si tú me dejas? ANTÍGONA. Pregúntale a Creonte, ya que tanto te preocupas por él. ISMENE ¿Por qué me hieres así, sin sacar con ello nada? ANTÍGONA. Aunque me ría de ti, en realidad te compadezco. ISMENE Y yo, ahora, ¿en qué otra cosa podría serte útil? ANTÍGONA. Sálvate: yo no he de envidiarte si te salvas. ISMENE ¡Ay de mí, desgraciada, y no poder acompañarte en tu destino! ANTÍGONA. Tú escogiste vivir, y yo la muerte. ISMENE Pero no sin que mis palabras, al menos, te advirtieran. ANTÍGONA. Para unos, tú pensabas bien..., yo para otros. ISMENE Pero las dos ahora hemos faltado igualmente. ANTÍGONA. Animo, deja eso ya; a ti te toca vivir; en cuanto a mí, mi vida se acabó hace tiempo, por salir en ayuda de los muertos. CREONTE. (Al coro.) De estas dos muchachas, la una os digo que acaba de enloquecer y la otra que está loca desde que nació. ISMENE Es que la razón, señor, aunque haya dado en uno sus frutos, no se queda, no, cuando agobia la desgracia, sino que se va. CREONTE. La tuya, al menos, que escogiste obrar mal juntándote con malos. ISMENE ¿Qué puede ser mi vida, ya, sin ella? CREONTE. No, no digas ni "ella” porque ella ya no existe. ISMENE Pero, ¿cómo?, ¿matarás a la novia de tu hijo? CREONTE. No ha de faltarle tierra que pueda cultivar. ISMENE Pero esto es faltar a lo acordado entre él y ella. CREONTE. No quiero yo malas mujeres para mis hijos. ANTÍGONA Ay, Hemón querido! Tu padre te falta al respeto. CREONTE. Demasiado molestas, tú y tus bodas. CORO. Así pues, ¿piensas privar de Antígona a tu hijo? CREONTE. Hades, él pondrá fin a estas bodas. CORO. Parece, pues, cosa resuelta que ella muera. CREONTE. Te lo parece a ti, también a mí. Y, venga ya, no más demora; llevadlas dentro, esclavos; estas mujeres conviene que estén atadas, y no que anden sueltas: huyen hasta los más valientes, cuando sienten a la muerte rondarles por la vida. Los guardas que acompañaban a Creonte, acompañan a Antígona e Ismene dentro del palacio. Entra también Creonte. CORO. Felices aquellos que no prueban en su vida la desgracia. Pero si un dios azota de males la casa de alguno, la ceguera no queda, no, al margen de ella y hasta el final del linaje la acompaña. Es como cuando contrarios, enfurecidos vientos tracios hinchan el oleaje que sopla sobre el abismo del profundo mar; de sus profundidades negra arena arremolina, y gimen ruidosas, oponiéndose al azote de contrarios embates, las rocas de la playa. Así veo las penas de la casa de los Lablácidas cómo se abaten sobre las penas de los ya fallecidos: ninguna generación liberará a la siguiente, porque algún dios la aniquila, y no hay salida. Ahora, una luz de esperanza cubría a los últimos vástagos de la casa de Edipo; pero, de nuevo, cl hacha homicida de algún dios subterráneo la siega, y la locura en el hablar y una Erinis en el pensamiento. ¿Qué soberbia humana podría detener, Zeus, tu poderío? Ni el sueño puede apresarla, él, que todo lo domina, ni la duración infatigable del tiempo entre los dioses. Tú, Zeus, soberano que no conoces la vejez, reinas sobre la centelleante, esplendorosa serenidad del Olimpo. En lo inminente, en lo porvenir y en lo pasado, tendrá vigencia esta ley: en la vida de los hombres, ninguno se arrastra —al menos por largo tiempo— sin ceguera. La esperanza, en su ir y venir de un lado a otro, resulta útil, si, a muchos hombres; para muchos otros, un engaño del deseo, capaz de confiar en lo vacuo: el hombre nada sabe, y le llega cuando acerca a la caliente brasa el pie. Resulta ilustre este dicho, debido no sé a la sabiduría de quién: el mal parece un día bien al hombre cuya mente lleva un dios a la ceguera; brevísimo es ya el tiempo que vive sin ruina. Sale Creonte de palacio. Aparece Hemón a lo lejos . CORO. (A Creonte.) Pero he aquí a Hemón, el más joven de tus vástagos: ¿viene acaso dolorido por la suerte de Antígona, su prometida, muy condolido al ver frustrada su boda? CREONTE. Al punto lo sabremos, con más seguridad que los adivinos. (A Hemón.) Hijo mío, ¿vienes aquí porque has oído mi última decisión sobre la doncella que a punto estabas de esposar y quieres mostrar tu furia contra tu padre?, ¿o bien porque, haga yo lo que haga, soy tu amigo? HEMON Padre, soy tuyo, y tú derechamente me encaminas con tus benévolos consejos que siempre he de seguir; ninguna boda puede ser para mi tan estimable que la prefiera a tu buen gobierno. CREONTE. Y así, hijo mío, has de guardar esto en el pecho: en todo estar tras la opinión paterna; por eso es que los hombres piden engendrar hijos y tenerlos sumisos en su hogar: porque devuelvan al enemigo el mal que les causó y honren, igual que a su padre, a su amigo; el que, en cambio, siembra hijos inútiles, ¿qué otra cosa podrías decir de él, salvo que se engendró dolores, motivo además de gran escarnio para sus enemigos? No, hijo, no dejes que se te vaya el conocimiento tras el placer, a causa de una mujer; sabe que compartir el lecho con una mala mujer, tenerla en casa, esto son abrazos que hielan... Porque, ¿qué puede herir más que un mal hijo? No, despréciala como si se tratara de algo odioso, déjala; que se vaya al Hades a encontrar otro novio. Y pues que yo la hallé, sola a ella, de entre toda la ciudad, desobedeciendo, no voy a permitir que mis órdenes parezcan falsas a los ciudadanos; no, he de matarla. Y ella, que le vaya con himnos al Zeus que protege a los de la misma sangre. Porque si alimento el desorden entre los de mi sangre, esto constituye una pauta para los extraños. Se sabe quién se porta bien con su familia según se muestre justo a la ciudad. Yo confiadamente creo que el hombre que en su casa gobierna sin tacha quiere también verse bien gobernado, él, que es capaz en la inclemencia del combate de mantenerse en su sitio, modélico y noble compañero de los de su fila; en cambio, el que, soberbio, a las leyes hace violencia, o piensa en imponerse a los que manda, éste nunca puede ser que reciba mis elogios Aquel que la ciudad ha instituido como jefe, a éste hay que oírle, diga cosas baladíes, ejemplares o todo lo contrario. No hay desgracia mayor que la anarquía: ella destruye las ciudades, conmociona y revuelve las familias; en el combate, rompe las lanzas y promueve las derrotas. En el lado de los vencedores, es la disciplina lo que salva a muchos. Así pues, hemos de dar nuestro brazo a lo establecido con vistas al orden, y, en todo caso, nunca dejar que una mujer nos venza; preferible es — si ha de llegar el caso— caer ante un hombre: que no puedan enrostrarnos ser más débiles que mujeres. CORO. Si la edad no nos sorbió el entendimiento, nosotros entendemos que hablas con prudencia lo que dices. HEMÓN Padre, el más sublime don que de todas cuantas riquezas existen dan los dioses al hombre es la prudencia. Yo no podría ni sabría explicar por qué tus razones no son del todo rectas; sin embargo, podría una interpretación en otro sentido ser correcta. Tú no has podido constatar lo que por Tebas se dice; lo que se hace o se reprocha. Tu rostro impone respeto al hombre de la calle; sobre todo si ha de dirigírsete con palabras que no te daría gusto escuchar. A mí, en cambio, me es posible oírlas, en la sombra, y son: que la ciudad se lamenta por la suerte de esta joven que muere de mala muerte, como la más innoble de todas las mujeres, por obras que ha cumplido bien gloriosas. Ella, que no ha querido que su propio hermano, sangrante muerto, desapareciera sin sepultura ni que lo deshicieran ni perros ni aves voraces, ¿no se ha hecho así acreedora de dorados honores? Esta es la oscura petición que en silencio va propagándose. Padre, para mi no hay bien más preciado que tu felicidad y buena ventura: ¿qué puede ser mejor ornato que la fama creciente de su padre, para un hijo, y que, para un padre, con respecto a sus hijos? No te habitúes, pues, a pensar de una manera única, absoluta, que lo que tú dices —mas no otra cosa—, esto es lo cierto CORO. Lo que ha dicho a propósito, señor, conviene que lo aprendas. (A Hemón) Y tú igual de él; por ambas partes bien se ha hablado. CREONTE Si, encima, los de mi edad vamos a tener que aprender a pensar según el natural de jóvenes de la edad de éste. HEMÓN No, en lo que no sea justo. Pero, si es cierto que soy joven, también lo es que conviene más en las obras fijarse que en la edad. CREONTE. Valiente obra, honrar a los transgresores del orden!. HEMÓN En todo caso, nunca dije que se debiera honrar a los malvados. CREONTE. ¿Ah no? ¿Acaso no es de maldad que está ella enferma? HEMÓN. No es eso lo que dicen sus compatriotas tebanos. CREONTE. Pero, ¿es que me van a decir los ciudadanos lo que he de mandar? HEMÓN. ¿No ves que hablas como un joven inexperto? CREONTE. ¿He de gobernar esta tierra según otros o según mi parecer? HEMÓN. No puede, una ciudad, ser solamente de un hombre. CREONTE. La ciudad, pues, ¿no ha de ser de quien la manda? HEMÓN A ti, lo que te iría bien es gobernar, tú solo, una tierra desierta. CREONTE. (Al coro.) Está claro: se pone del lado de la mujer. HEMÓN. Si, si tú eres mujer, pues por ti miro. CREONTE. ¡Ay, miserable, y que oses procesar a tu padre! HEMÓN. Porque no puedo dar por justos tus errores. CREONTE. ¿Es, pues, un error que obre de acuerdo con mi mando? HEMÓN. Sí, porque lo injurias, pisoteando el honor debido a los dioses. CREONTE ¡Infame, y detrás de una mujer! HEMÓN Quizá, pero no podrás decir que me cogiste cediendo a infamias. CREONTE. En todo caso, lo que dices, todo, es a favor de ella. HEMÓN. También a tu favor, y al mío, y a favor de los dioses subterráneos. CREONTE. Pues nunca te casarás con ella, al menos viva. HEMÓN. Sí, morirá, pero su muerte ha de ser la ruina de alguien. CREONTE. ¿Con amenazas me vienes ahora, atrevido? HEMÓN Razonar contra argumentos vacíos; en ello, ¿que amenaza puede haber? CREONTE. Querer enjuiciarme ha de costarte lágrimas: tú, que tienes vacío el juicio. HEMÓN. Si no fueras mi padre, diría que eres tú el que no tiene juicio. CREONTE. No me fatigues más con tus palabras, tú, juguete de una mujer. HEMÓN Hablar y hablar, y sin oír a nadie: ¿es esto lo que quieres? CREONTE ¿Con que sí, eh? Por este Olimpo, entérate de que no añadirás a tu alegría el insultarme, después de tus reproches. (A unos esclavos.) Traedme a aquella odiosa mujer para que aquí y al punto, ante sus ojos, presente su novio, muera. CORO. Eros invencible en el combate, que te ensañas como en medio de reses, que pasas la noche en las blandas mejillas de una jovencita y frecuentas, cuando no el mar, rústicas cabañas. Nadie puede escapar de ti, ni aun los dioses inmortales; ni tampoco ningún hombre, de los que un día vivimos; pero tenerte a ti enloquece. Tú vuelves injustos a los justos y los lanzas a la ruina; tú, que, entre hombres de la misma sangre, también esta discordia has promovido, y vence el encanto que brilla en los ojos de la novia al lecho prometida. Tú, asociado a las sagradas leyes que rigen el mundo; va haciendo su juego, sin lucha, la divina Afrodita. ANTIGONA ¡Oh tierra tebana, ciudad de mis padres! ¡Oh dioses de mi estirpe! Ya se me llevan, sin demora; miradme, ciudadanos principales de Tebas: a mí, a la única hija de los reyes que queda; mirad qué he de sufrir, y por obra de qué hombres. Y todo, por haber respetado la piedad.

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