F A LA SOMBRA DE LAS MUCHACHA EN FLOR
(MARCEL PROUST)
Es
verdad que muchas veces, al ver pasar a unas muchachas bonitas, me hice promesa
de volverlas a buscar. Pero por
lo general no parecían; además, la memoria, que olvida
pronto su existencia,
difícilmente distinguiría sus facciones, acaso nuestros ojos no las
conocieran ya; añádase a eso que
habíamos visto pasar otras muchachas a las que
tampoco volveríamos a encontrar.
Pero otras veces, y eso es lo que sucedió con la
insolente bandada de mocitas, el
azar se obstina en ponérnoslas delante. Y entonces el
azar se nos antoja muy bello,
porque en él discernimos como un comienzo de
organización, de esfuerzo para
componer nuestra vida; y por él se nos convierte en cosa
fácil, inevitable y a veces –tras
las interrupciones que nos infundieron la esperanza de
dejar de acordarnos– en cosa
cruel, la fidelidad a unas imágenes a cuya posesión se nos
figura más tarde que estábamos
predestinados, y que, en verdad, de no haber sido por el
azar, hubiéramos podido olvidar
al principio como tantas otras.
Pronto tocó a su fin la estancia
de Saint–Loup en Balbec. No volví a ver a las
muchachas en la playa. Y Roberto
estaba en Balbec muy poco tiempo, o durante la
tarde, y no le daba lugar a
ocuparse de mi asunto y hacer que se las presentaran, todo
por mí. Por la noche tenía más
libertad, y seguía llevándome a menudo a Rivebelle. En
restaurantes como el de Rivebelle
suele ocurrir, igual que en los jardines públicos y en
los trenes, que nos encontramos
con gente de exterior vulgar, cuyo nombre nos deja
asombrados cuando, al preguntar
casualmente quiénes son, venimos a descubrir que no
se trata de los inofensivos
insignificantes que nosotros suponíamos, sino de tal ministro
o cual duque, que conocíamos de
oídas. Saint–Loup y yo habíamos visto ya dos o tres
veces en el restaurante de
Rivebelle a un caballero alto, musculoso, de facciones
correctas y barba gris, que iba a
sentarse a su mesa cuando toda la gente empezaba a
marcharse; tenía un mirar
pensativo, constantemente clavado en el vacío. Una noche
preguntamos al amo quién .era
aquel señor aislado, desconocido y rezagado en la cena.
“¡Ah!, ¿no lo conocen ustedes? Es
Elstir, el pintor tan célebre.” Swann había dicho una
vez aquel nombre delante de mí;
pero yo no me acordaba en qué ocasión ni a qué
propósito; sin embargo, suele
suceder que la omisión de un recuerdo, por ejemplo, el–
elemento de una frase en una
lectura favorita, venga en favor, no de la incertidumbre,
sino de una prematura seguridad.
“Es amigo de Swann, un artista conocidísimo y de
mucho mérito”, dije a Saint–
Loup. Y en seguida nos cruzó por el ánimo, como un
escalofrío, la idea de que Elstir
era un gran artista, una celebridad; y en seguida
pensamos que probablemente nos
confundiría con los demás parroquianos del
restaurante, sin sospechar el
estado de exaltación en que nos pusiera la idea de su
talento. Indudablemente, el hecho
de que ignorase nuestra admiración por él y nuestra
amistad con Swann no nos hubiese
causado la menor pena a no ser porque estábamos
en una playa de veraneo. Pero
como nos hallábamos un poco retrasados para nuestros
años, sin poder sujetar nuestro
entusiasmo en silencio, y transportados a una vida de
verano, donde el incógnito
ahogaba escribimos una carta firmada por los dos, en la que
revelábamos a Elstir que aquellos
dos jóvenes sentados a unos pasos de su mesa eran
dos admiradores entusiastas de su
talento y dos amigos de su gran amigo Swann, y le
manifestábamos nuestro deseo de
saludarlo. Encargamos a un mozo que llevara la
misiva al hombre célebre.
Por aquella época Elstir quizá no
fuese todavía todo lo célebre que aseguraba el amo
del restaurante, aunque unos años
más tarde logró gran celebridad. Pero él fué una de
las primeras personas que
concurrieron a aquel restaurante cuando no pasaba de ser una
especie de casa de campo, y llevó
allí una colonia de artistas dos cuales emigraron
todos en cuanto aquella casa,
donde se comía al aire libre, al abrigo de un simple
sobradillo, se convirtió en lugar
de moda); el mismo Elstir, si comía allí ahora, era
porque su mujer, con la que vivía
no lejos de Rivebelle, había salido de viaje. Pero el
gran talento, aunque no sea
todavía muy conocido, determina necesariamente algunos
fenómenos que pudo distinguir el
amo del restaurante de la primera época en las
preguntas de más de una viajera
inglesa, ávida de detalles sobre la vida que hacía Elstir,
o en el gran número de cartas del
extranjero que recibía el pintor. Entonces el huésped
se fijó en lo poco que le gustaba
a Elstir que lo molestaran mientras estaba trabajando,
en que se levantaba a medianoche
cuando hacía luna e iba a pintar a la orilla del mar
con un modelo de desnudo; y acabó
por reconocer que tantas fatigas valían la pena, y
que la admiración de los turistas
era justificada, un día que reconoció en un cuadro de
Elstir una cruz de madera que se
alzaba a la entrada de Rivebelle.
–¡Qué bien está la cruz! –repetía
estupefacto–, se ven los cuatro maderos. Pero hay
que ver también el trabajo que le
cuesta.
Y no sabía a ciencia cierta si un
“Amanecer en el mar” que le había regalado Elstir no
valdría una fortuna.
Vimos cómo leía nuestra carta; se
la metió en el bolsillo, siguió cenando, pidió su
abrigo y su sombrero y se
levantó; nosotros teníamos tal seguridad de haberlo
molestado con nuestra demanda,
que la misma cosa que antes nos daba tanto miedo, es
decir, que se marchase sin
haberse fijado en nosotros, era ahora nuestro mayor deseo.
No se nos ocurría una cosa en la
que debíamos haber pensado, porque era muy
importante: que nuestro
entusiasmo por Elstir, de cuya sinceridad no permitiríamos a
nadie que dudara y de la que
nosotros no podíamos dudar, puesto que nos servía de
testimonio el respirar
entrecortado por la esperanza, el deseo de hacer algo difícil o
heroico por el grande hombre, no
era de admiración, como nosotros nos figurábamos,
puesto que nunca habíamos visto
nada suyo; nuestro sentimiento podía tener por norte
la idea vacía de un “gran
artista”, pero no una obra que no conocíamos. A lo sumo era
una admiración en blanco, el
marco nervioso, la armadura sentimental de una
admiración sin contenido, esto
es, cosa tan indisolublemente propia de la infancia,
como determinados órganos que ya
no existen en el hombre adulto; éramos aún unos
niños. A todo esto, Elstir estaba
ya cerca de la puerta, cuando de pronto cambió de
rumbo y se vino para nosotros. Yo
me vi arrebatado por un delicioso espanto de tal
índole que unos años más tarde no
podría sentirlo ya así, porque la capacidad para ese
género de emociones disminuye con
la edad, y la costumbre del trato de gentes nos
quita toda idea de provocar tan
extrañas ocasiones para esta emoción.
En las frases que Elstir nos
dirigió, después de haberse sentado a nuestra mesa, no se
dió por enterado de las diversas
alusiones que hice a Swann. Yo ya empecé a creer que
no lo conocía. Sin embargo, me
invitó a que fuese a verlo a su estudio de Balbec,
invitación que no hizo a
Saint–Loup, y que se debía a unas cuantas frases mías de las
que dedujo el pintor que tenía
cariño al arte; porque en la vida humana los sentimientos
desinteresados juegan más papel
de lo que suele creerse, y así logré con mis palabras lo
que quizá no hubiese logrado con
una recomendación de Swann, si es que Elstir era
amigo suyo. Se mostró conmigo
amabilísimo, con amabilidad superior a la de Saint–
Loup y que estaba con respecto a
ella en la misma relación que la de Roberto con la
amabilidad de un hombre de la
clase media. La amabilidad de un gran señor, por grande
que sea, parece, comparada con la
de un artista, cosa de comedia y simulación. Saint–
Loup quería agradar. A Elstir le
gustaba entregar, entregarse. Todo lo que tenía, ideas,
obras, y las demás cosas, que estimaba
en mucho menos, habríalo dado con alegría a
alguien capaz de comprenderlo.
Pero a falta de sociedad soportable vivía Elstir aislado,
de un modo selvático, y a ese
género de vida la gente elegante lo llamaba pose; los
poderes
públicos, mala índole; los vecinos, locura, y la familia, egoísmo y orgulloCUESTIONARIO
1.- Extraiga la idea central del fragmento.
2.-¿A qué genero literario pertenece este gragmento?
3.- ¿Qué persona gramatical narra los acontecimientos del texto?
4.- ¿Qué relación existe entre el narrador y el autor?
5.- ¿En dónde se desarrolla los acontecimientos?
6.- ¿Qué clase de personas descubre el narrador en los trenes?
7.- ¿Por qué siente admiración especial?
8.- ¿Qué opina acerca del azar?
9.- ¿Cómo vivía Elstir?
10.- ¿Quiénes y cómo calificaban el género de vida que llevaba Elstir?
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